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Luciano Rodrigues

Director de Economía e Inteligencia Sectorial de la UNICA e Investigador del Observatorio de Bioeconomía de la FGV/EESP

OpAA74

Agenda estratégica y políticas públicas

Con casi 500 años de historia en Brasil, el sector de la bioenergía se posiciona como uno de los más importantes del agronegocio nacional. Es una cadena que involucra alrededor de 350 unidades productivas, 70 mil proveedores rurales y más de 2 millones de empleos directos e indirectos.

A pesar de esta condición, el éxito de esta industria trae consigo dosis adicionales de responsabilidad ante los cambios que se esperan para los próximos años, guiados fundamentalmente por la necesidad de ampliar, de forma eficiente y sostenible, la oferta de alimentos bajos en carbono. y energía.

En el caso del azúcar, el sector es responsable de alrededor del 45% del comercio mundial del producto. Esta demanda se centra fundamentalmente en países de bajos ingresos, donde el producto se posiciona significativamente como una fuente de energía competitiva y asequible para regiones con un consumo aún bajo de calorías.

En este ámbito, además de la necesidad de una mejora constante en las condiciones de infraestructura, productividad y costos del país, es necesario hacer frente a los cambios en la geopolítica mundial que deberán orientar parte del comercio internacional en los próximos años. La reducción de barreras arancelarias y no arancelarias (técnicas, sanitarias y burocráticas, por ejemplo), además de las medidas distorsionadoras adoptadas por varios países productores para facilitar las exportaciones, también son adversidades a superar.

En el campo de la energía, por su parte, el sector se ha consolidado como la principal fuente renovable de la matriz brasileña, representando más del 16% de toda la oferta energética del país. Esta condición se logró sin perjuicio del uso racional de los recursos naturales o la producción de alimentos.

A pesar de esta condición privilegiada, las transformaciones en curso a nivel mundial requerirán capacidad de adaptación y un esfuerzo concentrado de los agentes públicos y privados que trabajan en esta cadena. Particularmente para el sector sucroenergético, la aprobación de RenovaBio y su regulación efectiva establecieron un nuevo hito para la materialización del potencial de los biocombustibles como energía limpia en los próximos años.

A este escenario se suma la reciente aprobación de la Enmienda Constitucional 123, del 14 de julio de 2022, que incorporó, en el capítulo ambiental de la Constitución brasileña, el mantenimiento de un régimen tributario que establece un diferencial competitivo para los biocombustibles que compiten directamente con los sustitutos fósiles.

El marco estructurado por RenovaBio y por la Enmienda Constitucional 123 de 2022, asociado al mantenimiento de reglas más estables para la fijación de precios de derivados a nivel nacional, son fundamentales para la expansión de la producción de etanol. Aún en el campo institucional, es necesario trabajar para que las políticas públicas dirigidas a la movilidad se guíen por la neutralidad tecnológica, por la evaluación de las emisiones de gases de efecto invernadero en el ciclo de vida y por lineamientos que exploren a fondo el concepto de sustentabilidad en sus aspectos económicos, sociales y medioambientales.

En la misma línea, la consolidación de los Créditos de Descarbonización como un mecanismo para compensar las emisiones de gases de efecto invernadero y su conexión con eventuales mercados regulados de carbono debe explorarse y puede ofrecer una oportunidad excepcional para valorar las externalidades positivas generadas por la energía renovable producida por el sector.

Además de estos esfuerzos por mantener un adecuado ambiente institucional, el éxito del sector sucroenergético dependerá esencialmente del trabajo constante de los productores para ofrecer nuevas fuentes de energía y aumentar la eficiencia productiva, económica y ambiental, de las que actualmente se fabrican.

Algunos ejemplos en esta área incluyen: 1) innovaciones en el manejo integrado de plagas y enfermedades de la caña de azúcar, como expandir el uso de agentes biológicos y mejorar el control natural de plagas con mayor diversidad natural en el paisaje productivo y otros; 2) optimizando y mejorando la logística interna de las empresas; 3) por nuevas técnicas y procedimientos de control en el proceso industrial; 4) la adopción de herramientas de agricultura de precisión e inteligencia artificial para monitorear cultivos y digitalizar operaciones; 5) lanzando variedades más adaptadas al sistema de producción, incluyendo el uso de técnicas de ingeniería genética; 6) a través del uso de tecnologías de siembra diferenciadas, como el uso de plántulas pregerminadas y la señalización de ruptura tecnológica frente al desarrollo de semillas artificiales de caña de azúcar; 7) por nuevas técnicas de cultivo encaminadas a una mayor retención de carbono en el suelo; y, 8) la mayor importancia de la formación y el desarrollo del capital humano.

En este contexto, cabe destacar la importancia de consolidar la bioelectricidad y la fabricación de nuevas fuentes de energía, como el etanol de segunda generación, el biogás y el biometano. Estos productos intensifican la visión sistémica y la agregación de valor a la industria sucroenergética a partir del aprovechamiento de subproductos del proceso, fortaleciendo los conceptos de economía circular en toda la cadena.

También es necesario resaltar la importancia de la revolución observada en los últimos años con la expansión de la producción de etanol a partir de maíz de segunda cosecha en Brasil. El sistema integrado implementado especialmente en el Medio Oeste permitió expandir el maíz de segunda cosecha, aumentar la oferta de etanol y fortalecer la cadena cárnica a través de la venta de subproductos de la fabricación de etanol como alimento para animales.

A medio plazo, a estos elementos habría que sumar iniciativas para el uso de sistemas de captura y secuestro de carbono bioenergético y el uso de productos del sector en la fabricación de hidrógeno verde. Estas diferentes posibilidades pueden crear nuevas rutas para que la industria actúe ante la necesidad de abordar adecuadamente la urgencia en las respuestas al cambio climático del planeta, que requerirá de múltiples opciones complementarias y adaptadas a cada región del globo.

Finalmente, la cadena sucroenergética necesita trabajar en el desafío de comunicar sus ventajas, posicionándose de manera técnicamente fundamentada y con un lenguaje adecuado a los diferentes públicos en los mercados en los que actúa en Brasil y en el exterior. De todo lo anterior, queda en evidencia que los próximos años serán de mucho trabajo para una industria que, a lo largo de su historia, ha demostrado, en varias ocasiones, la capacidad de reinventarse.


Los nuevos desafíos de ofrecer alimentos a precios competitivos y la economía verde requerirán sistemas productivos optimizados, con tecnologías más limpias, practicados en un paisaje de mayor diversidad natural, con mayor aprovechamiento de subproductos, oportunidades de innovación y estímulo de nuevos procesos, productos y modelos de negocio.

Aprovechar las oportunidades que se vislumbran en este escenario requerirá de la articulación y alineamiento de todos los agentes de la cadena sucroenergética, en un esfuerzo conjunto con el sector público, para posicionar al país como un productor competitivo de alimentos y energías limpias y renovables.